Numerosos ruidos pisados y atropellados entre sí, pero juntos y entrecruzados resultan incluso agradables para el oído. En viento metal, ese bullicio mañanero entre la hormigonera y el albañil. En las trompetas, esos pitidos molestos de los conductores impacientes. En los violines, el sonido del afilador de cuchillos más oportuno del mundo. En la percusión, esos golpes policiales sobre el pobre mendigo que se arropa entre cartones. Y en las flautas, esos silbidos de los ruiseñores que activan mi despertador.
El tránsito del ser humano por este mundo deja como huella esas melodías provocadas por sus acciones, que a su vez, suenan como canciones.
Eduardo López
Imagen por Daniel Cuello