Hay bocas impulsivas donde la fuerza cae por su propio peso. De ellas surgen ideas desgarradas con gritos y enfados. No hay sin duda tarea más complicada que controlar la radicalidad de nuestros actos. Aun así la ira sobrepasa sus límites. Cuando los ánimos se tensan, el cuello y la mandíbula pasan a ser protagonistas. La mirada expectante, vasos rotos, tachones sin sentido y las pulsaciones en su mayor delirio.
Más sencillo es tomar aire antes de hablar.
Eduardo López