He guardado bien vuestra mirada por si decidís no volver a mirarme. Un sutil gesto como el de vuestras pestañas al parpadear es para mí más que suficiente. Nos cruzamos varias veces, yo por delante de vuestra expectación. En el momento más excitante, el cuerpo bailaba solo y las lágrimas deliraban por mis mejillas. Sentía la piel tensada por el gran cúmulo de emociones. Las manos sudaban nervios y los pies se fusionaban con el escenario. Sentir vuestro calor fue la mejor decisión que he tomado.
Echar de menos el lugar donde más aprendiste a vivir.
Eduardo López