Nos mecíamos sin querer pero el balanceo se instauró en nuestros cuerpos. Los rayos solares alimentando a nuestras pieles morenas. Lanzábamos hacia un lado y hacia el otro, los peces comían pero su rápida picada les impedía caer en la trampa. Las horas pasaban, el cebo se acababa y la paciencia se perdía. Nos miramos, suspiramos y cerramos los ojos… Llegó, el puntero se movió, el carrete deliró y poco después el cuerpo del pez fuera del agua brilló.
No pares de lanzarte, algún día tus esfuerzos tendrán recompensa.
Eduardo López
Imagen por Eduardo López